Por mucho tiempo llegué a creer que el invierno no iría a terminar nunca; el sol había decidido abandonarme por completo a merced de un frío desalmado, y tal y como iban las cosas esta vez, no parecía que fuese a regresar demasiado pronto.
Los meses iban pasando, cada uno más gris que el anterior, arrebatándome de a pocos hasta la última gota de vida que quedaba de los restos de lo que alguna vez fue una fuente inagotable de amor, y dejando solamente un recipiente maltrecho que había perdido su esencia.
Me perdí a mí misma en ese tormento de desilusiones y falsas esperanzas, y me rendí ante el llanto mudo de los que se guardan el dolor; el orgullo, que era lo único que me quedaba, me impedía mostrar lo desdichada que me hacía la indiferencia de los demás.
En lugar de eso, opté por encerrarme en una coraza desapercibida o ignorada por todos, no permitiéndome así sentir o pensar sobre la situación en la que había caído, un mecanismo de defensa muy efectivo contra el dolor. Y de esa manera estuve por un periodo relativamente corto de tiempo, hasta que de pronto dejé de estar sola.
Me vi entonces abrumada por la rutina en la que había caído mi existencia durante aquel tiempo; y aunque todavía no tenía la fuerza necesaria para empezar a recomponerme, sí pude casi exitosamente adaptarme a aquella nueva circunstancia que me deparaba la vida, convenciéndome a mí misma de lo feliz que así era.
Como toda persona que tiende a la depresión, me solían venir periódicamente ciertos bajones en los que me daba cuenta de lo insatisfecha que estaba con mi vida; pero dichos pensamientos, casi siempre reprimidos, eran eclipsados por la facilidad con la que solía inducirme a la fantasía. Esa era mi única manera de escapar de la realidad.
Pero un día, sin proponérmelo, me topé con él. Yo, que hasta entonces nunca había creído en el destino, tuve la maravillosa suerte de conocer a la persona que le devolvería el color a mi vida. De una sola estocada, él rompió mis esquemas y me abrió los ojos a la triste verdad que no quería ver.
Sin darse cuenta, cambió mi mundo por completo y me devolvió la fuerza que necesitaba para recobrar todo lo que había perdido. Gracias a él volví a ser yo misma, y a amarme de una manera que no había hecho jamás. Ahora tenía ante mis ojos un nuevo camino que seguir, y esta vez él vendría conmigo.
La primavera por fin había llegado, y a pesar de que a veces nieve, el amor que existe entre nosotros es capaz de traer al sol de vuelta. Y eso es algo que lucharé por conservar hasta el final.
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