viernes, 16 de julio de 2010

La princesa está triste...


La princesa está triste...¿qué tendrá la princesa?
Los suspiros se escapan de su boca de fresa,
que ha perdido la risa, que ha perdido el color.
La princesa está pálida en su silla de oro,
está mudo el teclado de su clave sonoro;
y en un vaso olvidada se desmaya una flor.

El jardín puebla el triunfo de los pavos-reales.
Parlanchina, la dueña dice cosas banales,
y, vestido de rojo, piruetea el bufón.
La princesa no ríe, la princesa no siente;
la princesa persigue por el cielo de Oriente
la libélula vaga de una vaga ilusión.

¿Piensa acaso en el príncipe de Golconda o de China,
o en el que ha detenido su carroza argentina
para ver de sus ojos la dulzura de luz?
¿O en el rey de las Islas de las Rosas fragantes,
o en el que es soberano de los claros diamantes,
o en el dueño orgulloso de las perlas de Ormuz?
¡Ay! La pobre princesa de la boca de rosa
quiere ser golondrina, quiere ser mariposa,
tener alas ligeras, bajo el cielo volar,
ir al sol por la escala luminosa de un rayo,
saludar a los lirios con los versos de mayo,
o perderse en el viento sobre el trueno del mar.

Ya no quiere el palacio, ni la rueca de plata,
ni el halcón encantado, ni el bufón escarlata,
ni los cisnes unánimes en el lago de azur.
Y están tristes las flores por la flor de la corte;
los jazmines de Oriente, los nelumbos del Norte,
de Occidente las dalias y las rosas del Sur.

¡Pobrecita princesa de los ojos azules!
Está presa en sus oros, está presa en sus tules,
en la jaula de mármol del palacio real,
el palacio soberbio que vigilan los guardas,
que custodian cien negros con sus cien alabardas,
un lebrel que no duerme y un dragón colosal.

¡Oh quién fuera hipsipila que dejó la crisálida!
(La princesa está triste. La princesa está pálida)
¡Oh visión adorada de oro, rosa y marfíl!
¡Quién volará a la tierra donde un príncipe existe
(La princesa está pálida. La princesa está triste)
más brillante que el alba, más hermoso que abril!

-¡Calla, calla, princesa -dice el hada madrina-,
en caballo con alas, hacia acá se encamina,
en el cinto la espada y en la mano el azor,
el feliz caballero que te adora sin verte,
y que llega de lejos, vencedor de la Muerte,
a encenderte los labios con su beso de amor!



"Sonatina" - Rubén Darío

jueves, 15 de julio de 2010

¡Bienvenida seas, dulce primavera!


Por mucho tiempo llegué a creer que el invierno no iría a terminar nunca; el sol había decidido abandonarme por completo a merced de un frío desalmado, y tal y como iban las cosas esta vez, no parecía que fuese a regresar demasiado pronto.

Los meses iban pasando, cada uno más gris que el anterior, arrebatándome de a pocos hasta la última gota de vida que quedaba de los restos de lo que alguna vez fue una fuente inagotable de amor, y dejando solamente un recipiente maltrecho que había perdido su esencia.

Me perdí a mí misma en ese tormento de desilusiones y falsas esperanzas, y me rendí ante el llanto mudo de los que se guardan el dolor; el orgullo, que era lo único que me quedaba, me impedía mostrar lo desdichada que me hacía la indiferencia de los demás.

En lugar de eso, opté por encerrarme en una coraza desapercibida o ignorada por todos, no permitiéndome así sentir o pensar sobre la situación en la que había caído, un mecanismo de defensa muy efectivo contra el dolor. Y de esa manera estuve por un periodo relativamente corto de tiempo, hasta que de pronto dejé de estar sola.

Me vi entonces abrumada por la rutina en la que había caído mi existencia durante aquel tiempo; y aunque todavía no tenía la fuerza necesaria para empezar a recomponerme, sí pude casi exitosamente adaptarme a aquella nueva circunstancia que me deparaba la vida, convenciéndome a mí misma de lo feliz que así era.

Como toda persona que tiende a la depresión, me solían venir periódicamente ciertos bajones en los que me daba cuenta de lo insatisfecha que estaba con mi vida; pero dichos pensamientos, casi siempre reprimidos, eran eclipsados por la facilidad con la que solía inducirme a la fantasía. Esa era mi única manera de escapar de la realidad.

Pero un día, sin proponérmelo, me topé con él. Yo, que hasta entonces nunca había creído en el destino, tuve la maravillosa suerte de conocer a la persona que le devolvería el color a mi vida. De una sola estocada, él rompió mis esquemas y me abrió los ojos a la triste verdad que no quería ver.

Sin darse cuenta, cambió mi mundo por completo y me devolvió la fuerza que necesitaba para recobrar todo lo que había perdido. Gracias a él volví a ser yo misma, y a amarme de una manera que no había hecho jamás. Ahora tenía ante mis ojos un nuevo camino que seguir, y esta vez él vendría conmigo.

La primavera por fin había llegado, y a pesar de que a veces nieve, el amor que existe entre nosotros es capaz de traer al sol de vuelta. Y eso es algo que lucharé por conservar hasta el final.